TERTULIA
LUBRIN Febrero 2006
. HOMILÍA
Homilía en el VI Domingo de
Pascua 200
Aniversario del Patronazgo sobre Almería de Nuestra
Señora la Santísima Virgen del Mar Lecturas:
Hech 10,25-26.34-35.44-48 Sal
97
1 Jn 4,7-10
Jn 15,9-17
Queridos hermanos sacerdotes,
Ilustrísimo Sr. Alcalde,
Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades,
Religiosos y religiosas, diáconos y seminaristas;
queridos fieles laicos:
Hace doscientos años que, amparados en la devota
veneración de la sagrada imagen de Nuestra Señora
la Virgen del Mar, fué proclamada Patrona de la Ciudad
de Almería la Santísima Virgen María,
Madre del Hijo de Dios y Señora nuestra, bajo la advocación
“del Mar”, con la que el pueblo cristiano implora su intercesión
ante la imagen de este título. Fué el 15 de febrero
de 1805 cuando el Ayuntamiento de la Ciudad celebró cabildo
en las salas capitulares para, según dice el acta municipal,
«tratar sobre elegir por Patrona a María Santísima
del Mar, bajo las formalidades y solemnidades prevenidas,
y por bulas pontificias, con los demás que ocurra el beneficio
común».
En el acta se dan razones bien argumentadas: si muchos
son los males que han asolado a las gentes de Almería
a lo largo de los siglos, no menor consuelo han recibido desde
el hallazgo de la sagrada imagen de la Virgen del 21 al 22 de
diciembre de 1502. Por ella el pueblo de Dios se torna consciente
de su condición de «medianera de intercesión,
para templar la justa indignación al Cielo». No olvidan
los munícipes de la época que, por intercesión
de la bienaventurada Virgen María, Cristo socorre a cuantos
a él acuden como Mediador único y universal que ha
ofrecido a Dios el sacrificio de la nueva Alianza de una vez para
siempre, en la oblación de su propio cuerpo en la cruz.
El 13 de enero de 1804 la ciudad de Almería marcada
en su historia desde su fundación por los movimientos
sísmicos que sacuden su emplazamiento, había
padecido los efectos de un nuevo y fuerte terremoto, tanto como
para mover a sus gentes a considerar que la vida de los hombres
está en las manos de Dios. Como el pueblo de Israel vivió
con conciencia religiosa sus propias desgracias como castigo
divino a su infidelidad a la ley de Dios, aquellas gentes que nos precedieron
iluminados por la fe consideraron que «terremotos, esterilidad
en los campos, sequedad asombrosa terminadas por pasmosas inundaciones,
y enfermedades, han sido otros tantos castigos de la mano del
Señor».
Sabían bien nuestros antepasados como sabemos
muy bien ahora que las catástrofes naturales son
efecto de la condición y naturaleza contingente del
mundo; que morimos porque enfermamos y que padecemos enfermedad
porque nuestra vida es temporal y marcada por la propia fragilidad
de todo lo que es finito; y aún así ellos vivieron
aquellas terribles catástrofes como justicia divina. Una
justicia que sabían ellos bien era atemperada por la misericordia
de Dios y la amorosa y tierna intercesión de la Santísima
Virgen, a la que quisieron tener por Patrona y refugio, amparo y
auxilio de la frágil naturaleza.
Desde entonces hasta hoy mucho ha podido mejorar el conocimiento
del mundo mediante la exploración científica
de la naturaleza y el desarrollo de la técnica, pero
frente a la conflagración de las fuerzas naturales
y lo inexorable de nuestra condición mortal, ni la ciencia
ni la técnica pueden hacer otra cosa que mejorar las
condiciones de vida en lo posible y paliar los efectos de la enfermedad.
Hoy como ayer seguimos instalados en este mundo en la provisionalidad,
aunque olvidamos con frecuencia que somos peregrinos de la ciudad
futura y que nada podemos hacer por saltar sobre esta condición
de nuestra existencia. Las palabras de Jesús siguen siendo
crónica de nuestra verdad más honda: «Quién
de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir
un codo a la medida de su vida» (Mt 12,25).
Las desgracias padecidas no han de ser consideradas por
sí mismas castigo divino, aunque han de ser vividas
por quien tiene fe como una llamada a la conversión
de nuestra vida a Dios y, cuando la conciencia nos acusa de nuestra
maldad, pueden y deben ser vividas como camino de purificación.
Contra la mentalidad vigente en tiempos de Jesús de que
las desgracias sucedidas a personas concretas eran castigo por
ellas merecido Jesús replicó: «¿Pensáis
que esos galileos [sobre los que cayó una torre en Siloé]
eran más pecadores que todos los demás galileos,
porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís,
todos pereceréis del mismo modo» (Lc 13,2-3).
La gente se pregunta constantemente por el significado
del mal y del dolor, sobre todo cuando el dolor parece alcanzar
al inocente, pero no hay otra respuesta que el dolor redentor de
Cristo, solidario con nuestra condición y miseria. En el
evangelio de san Lucas el Resucitado, revestido de la figura de
un desconocido caminante dice a los discípulos incrédulos
que nada entienden: «¡Oh insensatos y tardos de corazón
para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era
necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su
gloria?» (Lc 24,25). Porque padeció la cruz, la muerte
y la sepultura, en la resurrección de Cristo hemos sido
curados y regenerados. A pesar del dolor del mundo, la resurrección
de Cristo, con su victoria sobre la muerte, abre la esperanza de los
hombres a una creación nueva. El Apóstol de las gentes
nos enseña que, para borrar nuestros pecados, Cristo cargó
con ellos y crucificó al hombre viejo y pecador en sí
mismo (cf. Rom 6,6), a fin de que en cada uno de nosotros nazca el
hombre nuevo. Esta nueva creación es el resultado del triunfo
definitivo del Cristo sobre el pecado, origen de la muerte eterna.
San Pedro nos recuerda esta verdad central de la fe: que Cristo, «sobre
el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que muertos
a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con sus heridas
habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas, pero ahora
habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas»
(1 Pe 2,24-25).
Los milagros que realizaron los Apóstoles eran
expresión y signo de la victoria de Cristo sobre
la enfermedad y la muerte porque había vencido al pecado
en la cruz, tal como el mismo Cristo había anticipado
en sus propios milagros, poniendo en relación el perdón
de los pecados y la curación de las dolencias. Los milagros
que hoy pueden suceder por intercesión de María
y de los santos tiene el mismo significado, porque, en efecto, Dios,
que no hace distinción ni tiene acepción de personas,
ha derramado su Espíritu Santo, prenda y comienzo de vida
nueva, sobre todos los que creen, como sucedió con el centurión
pagano Cornelio, al que Pedro le abrió las puertas de la salvación
mediante el bautismo.
Sólo la misericordia de Dios es salvación
del hombre, rechazar a Dios es rechazar la vida y sustraer
a la humanidad la esperanza de alcanzarla. Dios nos ha revelado
su amor en Cristo crucificado y resucitado de entre los muertos.
Sólo el amor de Dios salvará al hombre de hundirse
en su miseria. Podemos realizar grandes avances científicos,
pero la condición del hombre seguirá siendo
la misma. Nada garantiza por lo demás que los mismos conocimientos
científicos no puedan ser utilizados contra el hombre. La
humanidad conoce bien en qué degradación moral puede
caer cuando reprime su propia dignidad renunciando a la norma moral
que Dios ha inscrito en la conciencia. No todo lo que la ciencia permite
hacer se puede hacer, si los resultados científicos se aplican
a la destrucción de la vida humana desde el vientre materno
a la inyección letal y la guerra destructiva nuclear.
La vida humana es fruto del amor de Dios por nosotros
y sólo tiene cobijo y protección en el amor,
porque «Dios es Amor» (1 Jn 4,8), y, en consecuencia,
«quien ama ha nacido de Dios y a Dios conoce» (1 Jn
4,7). Si el amor se nos ha revelado en la entrega del Hijo, enviado
al mundo por el Padre, sólo acogiendo a Cristo en nosotros
podremos vivir en el amor de Dios, garantía única
de supervivencia y de felicidad para el hombre.
Acoger a Cristo como lo acogió María
en sus entrañas es la única respuesta a la
entrega de la vida del Hijo de Dios por nosotros. A eso nos
obliga el patrocinio
de la Virgen del Mar. El 20 de mayo de 1806
el Papa Pío VII rubricaba y sellaba
en la basílica romana de Santa María la Mayor, tan ligada a la Corona y a la historia de
España, el Breve pontificio con el que ratificaba el decreto de la Congregación que respondía
al deseo de los regidores y gentes de la Ciudad,
con la anuencia del Obispo diocesano, declarando Patrona Principalísima de
Almería y de los arrabales de Huércal y Viator a
la Madre de Dios, «sin perjuicio del Patronato igualmente
principal de S. Indalecio Obispo y Mártir».
Hoy, cuando la fe católica se ve con demasiada
frecuencia agredida y descalificada la propuesta moral
del evangelio de Cristo, me cumple agradecer sinceramente
la presencia de tantos almerienses en este aniversario, acompañados
por las autoridades de la Ciudad, que sin menoscabo de la libertad
religiosa que recoge nuestro ordenamiento jurídico,
saben apreciar el hondo sentido trascendente y el valor moral
único para la vida humana de la fe católica,
la esclarecedora luz que el evangelio de Cristo arroja sobre la vida
humana y su destino. Renovemos los sentimientos de nuestros antepasados
y tengamos, hoy como ayer, a
la Madre de Cristo por Patrona y Señora nuestra. Confiémonos
a su intercesión maternal y amparo, y acompañados
por ella, en este tiempo santo de la Pascua, anhelemos el don
del Espíritu Santo que infunda en nosotros la fe que necesitamos
para seguir adheridos a Cristo Salvador de los hombres fieles al evangelio que nos fué predicado
desde los tiempos apostólicos.
Santa Apostólica Catedral
de la Encarnación
Almería, a 21 de mayo de 2006
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
El abad Soler explica al Papa la labor de Montserrat
en la Iglesia de Catalunya
ORIOL DOMINGO
-La
Vanguardia 03/06/2006
BARCELONA
.- El abad de Montserrat, Josep M.
Soler, ha regresado muy satisfecho del encuentro que acaba
de mantener con Benedicto XVI en Roma. El Papa,
en el transcurso de una audiencia
colectiva, dedicó un tiempo y una atención
especiales al abad Soler, quien le explicó la labor
histórica y actual de Montserrat, como monasterio y como
santuario, en la Iglesia de Catalunya. El abad le comentó la celebración,
a lo largo del presente año, del 125. º aniversario
de la proclamación de la Moreneta como
patrona de Catalunya y de sus diócesis.
En este sentido, el abad Soler entregó
al Santo Padre una medalla conmemorativa de este aniversario.
También le entregó diversos ejemplares de
las revistas especializadas que edita el monasterio como Qüestions
de Vida Cristiana,Documentsd´Església,Studia
monastica y la edición en catalán de la encíclica
papal Deus est charitas.
El abad se refirió, además,
a las relaciones del hermano de Joseph Ratzinger con monjes
y con la escolanía de Montserrat debido a su dedicación
musical.
La estancia romana del abad Josep
Maria Soler incluyó una conferencia en el Centro
Español de Estudios Eclesiásticos sobre La
fusión de la veneración a la Virgen de Montserrat
en Europa y en el mundo.En uno de los primeros párrafos,
el abad apuntó: "Los acontecimientos que conmemoramos
en el presente año son precisamente fruto de la labor
de unos clérigos catalanes que supieron canalizar, a
través del valor
simbólicode Montserrat y al
servicio de lo que hoy llamaríamos obra evangelizadora,
el renacimiento que se dió en la Catalunya del siglo
XIX en
los campos social, industrial, literario y religioso,
además de patriótico".
“Oremos por España:
para que las instituciones democráticas
y todo el pueblo fomenten en España la verdad
y la libertad, la justicia y la paz, la unidad y la
concordia y el pleno reconocimiento de los derechos fundamentales
de todos: Roguemos al Señor”. Cardenal
Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid
(1-7-06). LaInstrucción
Pastoral "Orientaciones morales ante la situación
actual de España" pone de manifiesto que los obispos reconocen
la legitimidad de las posiciones nacionalistas
que, "sin recurrir a la violencia" y por "métodos democráticos",
pretendan modificar la unidad política de
España (nº 73).
'Los catalanes se podrán encontrar bien
acogidos -en el texto aprobado ayer-', según el Obispo
de Urgel y Secretario de la Tarraconense.
Parece que la Constitución europea –aprobada por España-
sin mencionar el Cristianismo puede ser la meta de las urnas de
la España democrática. Dejados se va bien, ¿ para
ir a dónde?